sábado, 31 de marzo de 2012

Mirando a Miranda

Una noche, mi vecino me dijo que le recordaba a Miranda July. Hasta ese momento no había reparado en la existencia de esta directora, guionista y protagonista de sus películas con la que, por lo visto, tenía varias cosas en común: desde una mirada particular al día a día hasta el corte de pelo. Me aseguró que su filmografía era muy interesante, y me recomendó Me and you and everyone we know, una película de la que sí había oído hablar - sin haber reparado en la figura de July- y que ya me había llamado la atención. Movida por la curiosidad de investigar a esta doble cinematográfica mía, no tardé ni una semana en ver esta película, que explora la rareza en lo cotidiano  y, precisamente, la imagen que cada uno tenemos de nosotros mismos y las mil versiones diferentes de nosotros que proyectamos en los demás.


Se trata de una cinta muy Sundance - fue Premio Especial del Jurado en 2.005-, con tintes experimentales, original e intimista. La película nos cuenta varias historias, conectadas con una historia principal, la de Christine Jesperson (Miranda July), una artista que trabaja como conductora de taxis para gente de la tercera edad, y Richard Swersey (John Hawkes), un vendedor de zapatos atrapado en un momento vital angustioso. Christine hace arte inventando realidades escondidas detrás de fotografías cotidianas que consiguen universos extraordinarios y personales. Toda la película es como el arte de Christine, historias habituales vistas desde fuera y desde dentro, personajes ordinarios que esconden grandes sentimientos o poéticas historias en su aparente rutina. Lo que somos y lo que queremos ser. Como somos vistos. Como quieren vernos. Lo especiales que somos para otras personas cuando ni siquiera lo somos para nosotros mismos.


Alrededor de esta historia de búsqueda del amor a primera vista, hay otras historias satélites y excepcionales. Los hijos de Richard, Bobby de 7 años que, sin ser consciente, mantiene cibersexo con una mujer adulta a través de un chat y Peter, de 14 años, que comienza a explorar su sexualidad con unas vecinas adolescentes, mientras se enamora de una niña que prepara, desde hace años y en secreto, su ajuar de bodas, para ser una perfecta esposa y madre americana. Dos adolescentes que compiten para ver quien es mejor haciendo felaciones, un hombre adulto que les sigue el rollo sin ninguna intención más allá de ponerlas en un aprieto, una galerista solitaria con problemas para crear su propia obra que chatea aparentemente con un hombre obsceno y peces de colores olvidados en el techo de un coche, en sus últimos momentos de vida. Un catálogo de personajes corrientes con poesía en sus vidas corrientes.


La película es honesta, sin ínfulas de intensidad. Incluso en los momentos más trascendentes no encontramos pedantería, solo la vida vista con una mirada curiosa, con un buen equilibrio entre comedia minimalista y drama indie en la cuerda de Todd Solondz. Un universo de pegatinas de colores, de risas, de lágrimas, de actos de dolor, de angustia ante la vida, de esperanza, de amor, de diversión, de ternura...al que se llega taconeando tres veces con los zapatos rosas de Miranda. Una mirada delicada a la cotidiandad a través de esos bonitos ojos azules.

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